«¡Ay, hijo, si es un pinchazo de nada y la aguja es de las chiquiticas, ni te vas a enterar!»
«¡Anda, no seas cobardica! ¡Jesús, por una vacuna de nada!, y calla de una vez, que los hombres no lloran. ¡Si es por tu bien, tonto!».
«¡Venga arriba, dormilón, que vas a llegar tarde a la escuela! Ni un ratico más ni nada. ¡Que te levantes, he dicho, leñe ya!»
«Primero los deberes, ni televisión, ni leches merengadas. Luego, cuando termines, ya veremos; si no se ha hecho muy tarde, puedes salir un rato a jugar. Y no reniegues, que es por tu bien».
«Que sí, ya sé que sabe a rayos, pero tiene mucha vitamina D, que es buena para los huesos y estás creciendo. ¡Hijo, ni que fuera aguarrás! Aceite de hígado de bacalao. A mí me lo daba tu abuela y aquí me tienes, tan ricamente. Y que conste que me sabe a mí, peor que a ti, pero, ya sabes, es por tu bien. ¡Traga!»
«Que no, que no, tú no vas al río el domingo con tus amigos, que no me fío. Y ya puedes patalear cuanto quieras. Mejor que llores tú, que no yo. Lo siento en el alma, pero todo es por tu bien».
«Las matemáticas cateadas. Para septiembre. ¡Muy bonito! Pues ya sabes lo que toca, te apuntaré a una academia y olvídate de piscina, playa y vacaciones. Toda la familia jodida por tu culpa. ¡No hagas pucheros, que lo hacemos por tu bien! Algún día nos lo agradecerás».
«¿Se puede saber qué haces tanto rato metido en el baño? Anda, sal de una vez, que te vas a quedar ciego. ¡Señor, qué cruz!»
Pues sí, hubo un tiempo en que yo también fui un niño amado.