Hubo una vez un rey que se volvió loco y ordenó, creyendo que eso es lo que hacen los reyes, que en su reino nadie sufriera por hambre, falta de cobijo, frío, desamparo, injusticia o carencia de sueños e ilusiones.
Pero antes de que promulgase la ley fue asesinado por los nobles, que se hicieron republicanos y tras constituir el consejo ciudadano, eligieron presidente al borrachín del pueblo dándole las llaves de la monárquica bodega para que se perdiese en ella, cosa que sucedió tal como estaba previsto.
Así las cosas y en ausencia de mandatario oficial, el consejo de la nueva república decidió prorrogar las viejas leyes del antiguo reino, usos, costumbres y fiestas patronales, prohibiendo, eso sí, la utopía.
Y vivieron felices y comieron perdices: los nobles, claro.
¡Faltaría más!