La garita de vigilancia huele a linimento y desinfectante; en realidad, todo en el elitista complejo cultural y deportivo Campollano, participa de ese olor característico de los gimnasios caros, solo que aquí, en la zona social, se suda Versace, Paco Rabanne, Dior, Lacoste, Gucci o Dolce & Gabbana.
El trabajo de «segurata», en Campollano se paga mal, todo hay que decirlo, pero tampoco es exigente. El horario es bueno y a Paco —el chico de la extremeña, como lo conocen en el barrio—, le permite asistir a clases de enfermería por la mañana y por la tarde sacar algún que otro rato para ir preparando las materias del día siguiente, repasar apuntes o actualizarse leyendo revistas especializadas. El año que viene comenzará las prácticas, empieza en serio y quiere dar nivel. Con todo, a la noche, aún le quedan fuerzas para ayudar a su madre con el colmado, organizarle los estantes: almacenar la mercancía en la trastienda, ayudarla con las cuentas…, siempre hay algo que hacer.
—¡Eh, tú, chaval, a lo que estamos! Deja de leer y mira a ver qué le pasa al chisme este, que no funciona.
El que llama la atención de Paco, con tan escasa elegancia, es Roberto Suárez Pacheco —«Betín» para los íntimos—, el chico pequeño de Antolín Suárez Bengoa, el constructor con más obra terminada del país. En su pueblo, Alberite del Arroyo, lo conocen por «El Paleta Chico», porque ejercía de albañil en la cuadrilla de su padre «El Paleta», y así le siguió llamando todo el mundo cuando emigró a la capital, a principios de los años setenta.
—¿Tanto leer para qué, palurdo? Lo mismo te crees que metiéndote en la sesera esos tochazos vas a salir de tu pringosa vida. ¡Espabila y curra, Ceniciento! —los colegas de Betín cloquean, alborozados, la gracia—. Como dice papá: «el que nace barrigón, tontería que lo fajen».
Con lo que cuestan las deportivas que calzan esos macarras con pedigrí, Paco, el de la extremeña, se podría pagar el grado de enfermería, un máster de especialización y una semana de vacaciones en Tarifa practicando surf.
—Lo siento, señor Suárez, el torno funciona perfectamente —Paco, el de la extremeña, conoce a todos los socios de Campollano por sus nombres y apellidos—; pero su tarjeta de acceso está bloqueada.
—¡Pero qué dices, cateto! ¿Tú sabes quién soy yo? Anda, abre la mierda esta o te meto un paquete, que no te lo acabas en tu puñetera vida. ¡Gilipollas!
A Betín Suárez Pacheco se le han asilvestrado los chakras y lleva un día de lo más chungo. Anoche se retiró a las tantas, porque acabó en el after del cumpleaños de Vicky Ferreruela, que los más bravos prolongaron en Cracy Horse hasta la madrugada; por cierto, la Visa Oro estuvo dándole problemas toda la noche y menos mal que Pepín Jimeno le echó un cable, porque si no menuda vergüenza. Resumiendo, que hasta las dos de la tarde no ha sido persona. Se ha fumado la «uni» —hoy tocaba economía política y sistema tributario, dos muermos—, y había quedado a comer con Pepín en «Abastos 45», para devolverle el favor.
La comida bien: huevos poché a la trufa con virutas de foie, croquetas de txangurro en cama de trigueros, crema de oricios con carabineros y chuletón a la piedra. Una botella de Blecua para regar las viandas, sorbete de calvados, café y un par de Macallan Sherry Oak 25 Years Old, a modo de digestivo. Quinientos y algo, lo normal. Pero la puta Visa Oro bloqueada.
—¿Por qué no llamas a tu padre? —sugirió Pepín con algo de mosqueo. Pero el teléfono de Suárez Bengoa estaba apagado o fuera de cobertura.
—Es que anda metido estos días en algo de un concurso —se justificó Betín—, lo escuché comentarlo con mi madre y con Marcuello, el financiero, hace unos días; cosas de negocios, ya sabes, no me meto. Pero debe andar liadísimo, el viejo. Esta noche lo arreglo, Pepín. ¡No sabes cómo me jode, tío! Anda, vamos hasta Campollano y nos damos un spa y unos masajes, para relajarnos; luego lo arreglo yo con papá, y mañana pasamos cuentas, brother.
A Paco, el de la extremeña, los conflictos raciales le parecen una pérdida de tiempo y energía, algo que no entra en su sueldo de «segurata», sin embargo, sí en el de don Remigio Navascués, director administrativo de Campollano.
—A ver, señor Suárez, su cuenta ha sido bloqueada y no puede usted acceder al recinto —Remigio parecía compungido, pero en realidad estaba disfrutando—, ¿por qué no contacta con don Antolín, su papá de usted, seguro que tiene una explicación a todo esto.
—¡Remigio, cabronazo, no me toques los huevos! —estalló el benjamín de los Suárez Bengoa—, llevo todo el día tratando de hablar con él, pero está liado con algo de un concurso, qué sé yo, asuntos de negocios, cosas suyas, ¿entiendes, mamonazo? Así que arréglame esto, piojoso de mierda, o mañana estarás pidiendo limosna en las escaleras del metro, te lo juro por Spiderman, Lobezno y la madre Teresa. ¿OK?
—Los periódicos, señor Suarez, ¿no lee usted los periódicos? —el director administrativo de Campollano, estaba entrenado para hacer frente a este tipo de situaciones con elegancia y discreción.
Así que Paco, el de la extremeña, en su papel de «segurata», fue requerido para acompañar a un Betín rebelde y confundido hasta la salida.
—¡Panda de inútiles, descerebrados, os vais a cagar, gentuza! Cuando mi padre salga del concurso y pueda hablar con él, estáis todos en la puta calle. ¡Malparidos!
—El concurso, señor Suárez —Paco, el de la extremeña, sí leía los periódicos—. Ahí radica el problema.
—¡Inaudito, incomprensible, alucinante! —Betín se mesaba las melenas—, ¿lo ha perdido?, ¿eso es lo que ocurre?, ¿un puto concurso de mierda?
En la calle hacía frío. Anochecía y un viento desagradable le susurraba indecencias a las hojas de los plataneros. Llovía a rachas finas, afiladas como agujas de pino.
—Un concurso de acreedores, Betín —le informó Paco, el de la extremeña, mientras lo invitaba, amablemente, a salir de Campollano— el premio gordo y lo ha ganado por goleada. Suerte, compañero, que el aterrizaje te sea leve.
Y volvió a su garita, que olía a linimento y desinfectante, para darle otro meneo a los apuntes, porque estaba finalizando el semestre y andaba un poco flojo en anatomía fisiológica y psicología evolutiva.