—¿Lilith, eres tú, de verdad? ¡Muchacha, cuantos siglos sin verte! ¡Oye, estás de vicio! ¿Qué te has puesto, botox, un lipofilling en el culo, tetas? ¡Por Mí, qué cuerpazo!
—Quita, quita, zalamero. Una, que se cuida. Hago ejercicio, vida social, voy a pilates, en fin, lo normal. En cambio, Tú, se nota que te has abandonado un poquito, rey, estás fondoncillo, tienes ojeras, mal color, ¿comes sano, te mueves, duermes bien? ¡No habrás vuelto a fumar!
Dios cerró los ojos, como queriendo recuperar de su memoria el recuerdo amable de un tiempo mejor y con una media sonrisa en la cara, meneó lentamente la cabeza, negando divertido.
—¡Qué va!, aunque quisiera. Ahora no puede uno echarse un pitillo en ninguna parte, está prohibidísimo y muy mal visto; de ciento a viento algún canuto, a escondidas, con Bob Marley, que habitualmente tiene una maría buenísima, y pare usted de contar. Por lo demás, qué quieres que te cuente, hija, mucho lío, todo son problemas, no hay presupuesto… No sabes cómo echo de menos aquellos primeros tiempos felices de la creación: que si las estrellas por aquí, hágase la luz por allá, y entre todas mis obras, tú fuiste la mejor, la más perfecta, mi preferida. Dura y afilada por fuera, pero fecunda y jugosa por dentro, como un cactus. La primera mujer. Hecha del polvo, a mi imagen y semejanza. Lilith.
Ahora fue ella quien se dejó mecer un poco por la nostalgia, pero enseguida salió del trance y con un bufido sarcástico le dio réplica al Creador.
—Ya, tu preferida, como un cactus, sí, porque te daba miedo mi contacto, te pinchaba en tu orgullo de artista y desde el primer día fui para ti una piedra en el zapato. En cuanto tuviste que elegir se lo pusiste a Adán en bandeja de plata. Por cierto, ¿qué vida lleva el picha floja ese?
—Entiéndelo, mujer, fueron tiempos complicados, la corrección política era distinta y el chiquillo me nació celosón, creidillo, con tendencia a la rabieta; lo reconozco, tenía que haberle dado un par de hervores más. En cambio, tú arrancaste magnífica, lúcida, creativa, emprendedora; tenías muchas más posibilidades que él de salir adelante por tus propios medios. No me quedó otra, tenía que protegerlo, era el más débil. Y sigue igual, creyéndose el rey del mambo, apostatando con los amigos a ver quién la tiene más larga y haciéndome la vida imposible a fuerza de disgustos.
»Por otra parte, Lilith, lo tuyo también…, tuviste poca paciencia. Solo era un polvo, mujer, tampoco había que tomárselo por la tremenda; todavía me acuerdo del cabreo que pillaste: «¿Por qué he de acostarme debajo de ti?, yo también fui hecha con polvo, y, por lo tanto, soy tu igual». Y te largaste del Edén. Al mar Rojo, con los demonios, nada menos, a ponerle al pobre Adán su primera y más poderosa cornamenta.
—Y no sabes cuánto me alegro de haberlo hecho. ¡Me quiso obligar, el muy botarate, por la fuerza! Y a mí no me levanta la mano ni Dios. Además, no tienes ni idea de lo divertidos que son los demonios del mar Rojo y cómo se mueven en la cama, ¡por favor!, no como el soso ese, que únicamente le gustaba el misionero, ¡qué hartura! Todavía tuviste los santos cataplines, de mandar a tus ángeles a buscarme: que volviera, que el chiquillo estaba tristón, deprimido, y que si tal, que si cuál. ¡Una leche para sus morros! Salido y caliente, como el pico de una plancha, es lo que estaba.
—¡Ay, cómo eres, chiquilla, me parto contigo! —se le saltaban las lágrimas al Señor, de la risa—. Bien que lo pagó, mujer, no seas rencorosa, una costilla le costó y lo peor de todo, para él, digo, que con el paso del tiempo, las hijas de Eva se han espabilado, empoderarse, lo llaman ellas, y el pobre Adán cada día lo tiene más crudo. Debe ser cosa de la evolución de las especies, aquello que dijo Darwin sobre la «descendencia con modificación», o sea, que las especies cambian a lo largo del tiempo, dando origen a nuevas especies a partir de un ancestro común. De manera, que al machirulo le quedan los días contados; pronto habrá que ir al zoológico, para ver a los cuatro que resistan.
—Amén a eso. Oye, te dejo que hay rebajas en El Corte Inglés y me voy a dejar la extra en trapos, que necesito cambiar el fondo de armario. Me he alegrado de verte, querido. Cuídate, haz ejercicio, come sano y ponte algo más moderno, ¡hombre!, que vas hecho un cromañón.
—Lo mismo digo, Lilith, que me alegro un montón. Llámame un día y tomamos algo, guapa, ¿sí?
Y cada cual siguió su camino, segura ella, de que no lo llamaría, y deseando Él, que no lo hiciera, porque una cosa es ser políticamente correctos en el cuerpo a cuerpo, pero, como dice la copla: «madre no hay más que una y a ti te encontré en la calle».