Hubo una vez un suspiro,
que jugó a ser marinero,
navegando espumas de oro,
por mares de tierra adentro.
Con el rumor de un riachuelo,
y el vuelo de una cometa
por persistir en su anhelo,
se hizo armar una goleta.
Quiso coronar montañas,
y arrumbó la proa al cierzo,
vergas hizo de espadañas,
de campanas aparejo.
Obenques de luna y hielo,
tejió con drizas de plata,
y con retales de cielo
un estandarte pirata.
El viento preñó las velas,
con un ímpetu de popa
y estrellas, de centinelas,
cabalgaban en las cofas.
Agosto se hizo pequeño,
llegó septiembre disperso
y octubre, frunciendo el ceño,
se fue a despertar al cierzo.
Se aborrascaron los cielos,
mudó el suspiro en lamento,
las nubes parieron velos
de lluvia por barlovento.
El lamento fue quejido,
oración de miedo añejo.
Entre la jarcia, escondido,
el suspiro se hizo viejo.
Amainó la tempestad.
El sol de abril volvió al cielo.
Derrotado por la edad,
cejó el suspiro en su anhelo.
Y regresó a su linaje.
Salió el trigal a su encuentro,
a mecerlo en su oleaje,
piélago de tierra adentro.