«Usted y yo, caballero, somos actores secundarios de la misma historia, figurantes anónimos, meritorios, sin derecho a salir en los créditos al final de la película. No piense que por llevar corbata, un buen traje y zapatos caros, su papel es más protagonista que el mío; los dos chapoteamos, con la mierda al cuello, en el mismo cenagal. Por eso me gustaría poder expresarle mis sentimientos de viva voz, compartir con usted, de palabra, el discurso interior que me provoca su mirada admonitoria. Pero como le digo, nuestros personajes no tienen diálogo, somos relleno, obligado, sí, pero solo tramoya vagabunda, para darle credibilidad a la intriga, nada más».
«No creas en el destino, muchacho, solía decirme mi padre con la exactitud de un reloj de marca, entre la quinta y la sexta copa de coñac, no hay nada escrito, el determinismo es una milonga que han inventado los blandos, para justificar su falta de coraje. Debes tener un propósito especial en el punto de mira, un objetivo que dé significado a tu existencia, una exclusiva fuerza nuclear, sin la cual tus huesos sucumbirían bajo el angustioso peso de la realidad. A su estilo, era un filósofo, mi viejo, que desde la temprana muerte de mamá, buscaba su razón de ser en el fondo de una botella de licor barato».
«Fue una leyenda viva. En el barrio todos lo respetaban y eso, en un entorno tan despiadado, significaba mucho. Nunca lo trincaron, a pesar de que sus golpes siguen siendo piezas de culto en el museo de la memoria canalla. Personalizó una carrera brillante y obtuvo el reconocimiento de lo más curtido de la profesión. Pero su fulgor quedó atrapado para siempre tras aquella lápida de mármol que guardaba el aliento de sus días, el faro que guiaba su derrota en las noches de borrasca, su propósito especial».
«Conozco esa mirada, es usted acusación, juez y parte: no lo culpo. La sociedad está montada de esa forma, ninguno de los dos hemos tenido algo que ver en el desarrollo de las reglas, solo nos queda aceptarlas y jugar la mano con las cartas que nos hayan tocado en suerte. Sí, amigo, el determinismo otra vez. Mi viejo no creía en el destino, ya lo he dicho antes, cosa de vagos, aseguraba, de cobardes sin un objetivo. Pero la realidad es tozuda y, como dice el proverbio, cada paso que da el zorro lo acerca más a la peletería».
«Es casi seguro, que su padre de usted también fuera de traje y corbata. Probablemente, su catequesis se diferenciaba poco de la filosofía de mi viejo y le exhortaba a encontrar su proyecto de vida. No sé cuáles han sido: las suyas o las de su padre, las expectativas que se han cumplido en su persona. Es posible que los dos estén satisfechos con el resultado. Me alegro si el destino ha querido coincidir con su ambición, señor, disfrute de su suerte. Pero cómo iba a decirle yo al mío, el rey de bastos, espejo de delincuentes, bandido enamorado de un sepulcro, que el motor de mi esperanza, la raya de mi horizonte, mi propósito especial, era ser policía, formar parte de la pestañí, un madero, si usted me entiende. No, compadre, el determinismo se cebó conmigo, por eso estoy aquí, en mitad de las Ramblas, con una caja de cartón, tres vasos y una bolita roja, soportando su desprecio. Es mi estrella, caballero, la que me tocó en la rifa, buena o mala, qué más da».
«Todos los días se levanta el telón y hemos de salir a escena, cada uno en su papel, sin improvisaciones, respetando el argumento establecido: su corbata, su buen traje y sus zapatos caros, contra mi frustración. Aparte, pues, de mí esa mirada de censura y ajústese al libreto, es muy sencillo: la caja de cartón como soporte, una pelotita roja y tres vasos de plástico, solo tiene que adivinar cuál de ellos esconde la maldita bola. Juegue, apueste, arriesgue, únicamente va a perder su dinero, pero si no es así, deje de juzgarme y siga adelante, señor, le espera un futuro cómodo, su propósito especial o su destino, quién sabe, porque a veces, oiga usted, aunque me duela admitirlo, coinciden».