Se llamaban Gestas y Dimas y acompañaron a Cristo en la cruz.
“Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro lo increpaba, diciéndole: «¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino». Él le respondió: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso»” ( Lc. Mt 23, 40-43).
Para la iglesia oficial esto es todo lo que debemos saber de ambos personajes; ni sus nombres vuelven a ser mencionados. Parece que la curia cristiana quiere olvidar que “esos señores de los que usted me habla”, compartieron sus últimos momentos con Cristo en el Gólgota.
Hay que recurrir a las versiones apócrifas de los evangelios, como el de Nicodemo, para saber que Gestas, el mal ladrón ocupaba la cruz de la izquierda, y Dimas, el buen ladrón, estaba a la derecha de Jesús; por eso en la iconografía cristiana la cabeza del Nazareno habitualmente aparece ligera o decididamente inclinada a la derecha, mirando hacia Dimas, el buen ladrón. Una querencia ―la de mirar con buenos ojos a la derecha―, que identifica al aparato clerical en su conjunto.
Otro dogma bastardo, el Protoevangelio de Santiago, pone en boca de José de Arimatea una declaración, referida a Dimas, en la que asegura que era galileo y tenía una posada, en la que robaba solo a los ricos. Seguramente porque para los pobres —y esta es una reflexión personal—, sería inalcanzable el acceso al complejo hotelero del buen ladrón.
Gestas, sin embargo, parece que fue un chorizo callejero, que vivía del tironeo, el trile y robo con fuerza. Un chirlero de tres al cuarto. Un pringadillo marginado social de cuchillo fácil.
Y como el fideismo militante se toma la historia sagrada de manera literal, ha convertido en dogma eso de colocar a los malos, mugrientos y subversivos a la izquierda del Padre y condenados al fuego eterno, mientras que su derecha la reserva para los sumisos, ordenados y buenos, sin importar que sean, como dice el tango, ignorantes, sabios o choros. Así viene ocurriendo desde el Gólgota hasta nuestros días.
Ladrones con pedigrí los quiere Dios, más claro agua, y es que seguramente, en la otra vida, las parcelas de gloria no estarán al alcance de cualquier bolsillo, y menos para las almas cándidas y sin lustre, para las que seguirá vetado vivir en la zona pija del paraíso.
Al extrarradio, que es lo vuestro, mugrosetes y piltrafillas, a seguir dándole al trile, descuideros, carteristas y camellos de medio pelo, que para traspasar las puertas del Edén, hasta el puñetero ojo de la aguja bíblica os está vetado.
Y si no, al tiempo.