Querida Amelia:
Dirás que siempre te cuento la misma milonga, que no tengo perdón, que soy un malqueda, y tienes razón. Escribirte unas letras tampoco me costaría tanto, pero qué quieres, aunque no te lo creas, esto de estar muerto es un sinvivir. Te parecerá un contrasentido, pero por mucho que digan de la eternidad, aquí el tiempo pasa volando y entre unas cosas y otras, pues hija, se me va el santo al cielo.
Ya sabes que nada más llegar, gracias a Ramiro, la primera noche, conocí a Jesús en un local de marcha, su padre es quien corta aquí el bacalao. Son una familia muy maja, les he caído bien y voy mucho por su casa.
El chico anda con una peña pija, que le baila el agua, y suele meterse en algún que otro lío, pero es buena gente. Sí, mujer, es el mismo que me consiguió el curro, el de la movida con su churri por lo del santo prepucio, ya sabes.
El caso es que hace unos días me llamó su padre, el CEO del cotarro, quería hablar conmigo en plan colegas y quedamos en «El 69», pero en la zona VIP, como no podía ser de otra manera. Cuando llegué ya estaba Él, tomándose unos tragos con Buda, Visnú —Brahma y Shiva estaban en un concierto de Taylor Swift—, Haile Selassie, y un señor moreno que gritaba mucho; más tarde supe era Harry Belafonte.
—¡Miguelico, machote, caro te haces de ver! —Me saludó con un exceso de efusividad, que me dio mala espina—. Anda, siéntate con nosotros. Jacob, mira a ver que toma el chaval —llamó la atención del gerente, que ante semejante grupo de notables hacía las veces de camarero.
Estaban jugando a la baraja: «Blackjack, si quieres entrar te damos crédito», dijo Él. Belafonte oficiaba de crupier. Preferí quedarme observando; a mí los juegos de azar me dan cosa y como estos apuestan fuerte no quise meterme en líos. Jacob me trajo el güisqui, Haile Selassie me pasó un porro, le di una calada y lo hice rular.
—Estoy preocupado, Miguel, maño —levantó el Boss un pico de la carta que había pedido y dio dos golpecitos en la mesa con los dedos, dando a entender que se plantaba—, hace días que no sé nada de Joshua.
Solo Él y María, la madre, usan la fórmula judía para referirse a Jesús; los de la pandilla lo llaman Maestro, Rabí, Emmanuel, algunos le dicen Cristo. Magda, su chica, le aplica el apelativo cariñoso de «churri», pero yo le trato de «co», que en el lenguaje de mi tierra es una manera amistosa de saludarse: «Qué pasa, co», es como decir, «qué pasa, tío, amigo, compañero».
—No tengo ni idea, estará en casa de algún colega, recuperándose de un botellón, o con Bob —me estaba refiriendo a Bob Marley, el profeta rastafari—, ya sabes que los dos son muy marianistas.
Haile Selassie pidió carta e hizo un gesto negativo con las manos.
—Lleva como dos meses sin aparecer por mi barrio y Bob llegó ayer de Marruecos con un kif que levanta muertos, cien por cien ketama. Tengo un par de cachos por el bolsillo, luego nos liamos unos canutos.
Todos se mostraron de acuerdo con la propuesta del Ras Tafari.
—No, esta vez la cosa es más seria —se le notaba al Padre cara de preocupación—. Dejadme que os los explique.
»Hará quince días tuve una charla con él, quiero que se implique más, ya no es un crío y va siendo hora de que me ayude a gestionar el negocio, estoy saturado. No hace falta que os diga el merdé que me tienen montado los gilipollas de allí abajo: lo de Gaza clama al cielo, el pueblo elegido ha entrado en una espiral de exterminio genocida, que reproduce los efectos de un síndrome de Estocolmo, que algunos tenían en stand-by desde el 45, solo que ahora aplican la disciplina recibida en carne ajena. Por otra parte, las milicias y regímenes propalestinos, amenazan con hacer de todo aquello un polvorín. Rusia amaga con una guerra nuclear, si occidente sigue echándole un capote a Ucrania; Europa se llena el ombligo de comisiones parlamentarias destinadas a estudiar los conflictos, para así tener dónde esconder la mirada, y en Estados Unidos, un neonazi grillado, con tupé y ninguna vergüenza, amenaza con volver a tomar en arriendo la Casa Blanca.
Belafonte había dejado de dar cartas y todos seguíamos, expectantes, el discurso del Boss.
—Y tú, que eres el Dios de Abraham, común a todas las religiones metidas en ese lío, tienes el buzón de peticiones y sugerencias a reventar, ¿me equivoco? —intervino Buda, haciendo chascar los dedos para llamar la atención del crupier.
—Lo has clavado, gordito —respondió Él—. ¿Cómo haces para tener a los tuyos entretenidos? Me admira y no me lo explico.
Buda, siempre sonriendo, se amasó las lorzas y juntando las manos en un gesto de meditación, respondió:
—Muy sencillo, amigo, les prescribo la introspección, que buceen en su interior buscando el conocimiento de su yo intrínseco. Eso es una tarea sin fin, de manera que se pasan la vida dándole vueltas a su existencia, como el perro que trata de morderse la cola, y a mí me dejan tranquilo.
Yo, Amelia, alucinando, tía. Esta gente juega en otra liga. Apuré el güisqui y me pregunté qué cojones hacía allí.
—¡Qué listos sois los chinos! En fin, a lo que estamos —retomó el Padre la exposición de motivos—. Le dije al chaval de bajar a la Tierra para que se hiciera notar, ya sabéis: mítines, sentadas, llamadas al diálogo y la contención; en fin, que pusiera un poco de orden, nada más. Pero se lo tomó por la tremenda y, oye, no veas lo carajero que se puso, faltón, insolente, soltó de todo, por esa boca.
Visnú se rascó el culo con la mano derecha inferior, a la vez que se metía el índice de la superior derecha en el oído y se agarraba el paquete con la inferior izquierda; con la que tenía libre se hurgó la nariz.
—Qué querías, después de las putadas que le hiciste pasar la primera vez —dijo con un tono de suficiencia que, por su lenguaje corporal, al Boss le sentó como un tiro.
—Bueno, eso según se mire, tú, hay cosas que vienen con el cargo —intentó justificarse—. Todo influye, sí, pero Joshua lleva un tiempo muy raro, haciéndose preguntas, rebotadísimo con lo de la inmaculada concepción de su madre, la intervención del palomo le parece perversa, y en aquel momento de mala uva, volvió a sacar el tema.
Haile Selassie lió cigarrillos para todos. Yo no quise. Me estoy quitando.
»Mi mujer y yo lo habíamos hablado ya —siguió diciendo Él—, era una manera de salir del paso, pero nos resistíamos a ponerla en práctica porque no sabíamos cómo iba a reaccionar. Sin embargo, en aquel momento, con el berrinche que me estaba montando, el estrés y la carga de trabajo, se me dispararon los nervios, tiré las patas al aire y se lo solté: «Joshua, no toques más los cojones con eso porque eres adoptado». No dijo palabra, se quedó un rato pensativo, luego meneó la cabeza, me hizo una peineta, salió pitando y hasta hoy.
Amelia, cariño, me pinchan y no sacan gota, te lo juro. Los demás, igual, no daban crédito. Buda estaba con los ojos como botijos; a Visnú le faltaban manos para taparse la cara; Belafonte se pimpló de un trago, a gollete, una botella de Tomatin 18 y a Selassie, que iba ya por el segundo peta de kif, le entró la risa floja y acabó meándose en los pantalones.
—Miguelico, anda, mira a ver qué puedes hacer, da voces por ahí, que tengo a la madre con un sofoco del copón, ni me da la cara. Encuéntralo, dile que no es adoptado, que era una coña; ya le explicaré lo del misterio trinitario con más calma, y que aborto la misión de volver a la Tierra, ya mandaremos algún arcángel que quiera hacer méritos, pero que deje de hacer el capullo y vuelva a casa. Por tus muertos, Miguel, hijo mío.
Y así están las cosas, Amelia, para que te des cuenta del lío y entiendas el poco tiempo que tengo para mis cosas. Pero prometo que sacaré para mandarte unas letras más a menudo, corazón.
Ahora te dejo, mi amor, que me está entrando un Whatsapp de Jesús, a ver si puedo dar con él, y cuida con mi amigo Ricardo, reina, que siempre ha sido un buitre manos largas y tú más infeliz que el palo de un chupachús.
Este que te quiere.