—Que no, hombre, que no, cómo vas a colocar tu solo esta televisión. Qué, no había otra más grande en la tienda, ¿no? Menudo barco. Mira, entre los dos lo hacemos en un santiamén. Tú coges de allí, yo de aquí y a la de tres: una, dos y tres… ¡Huy, qué mala leche, hombre, se me ha escurrido de las manos! ¿Ha sido mucho? ¡Jodo, menudo estropicio! Pero no sé, estando en garantía…, ya, que estas cosas no las cubre. Tú prueba a ver, oye, a veces cuela. No sabes como lo siento, Rogelio, majete, yo era por ayudar y mira. Me voy con mal cuerpo, de verdad, pero me está esperando Donato. ¡Qué jodido! Tiene que cambiar un interruptor de la luz y quería llamar al electricista, con lo que cobran. Eso se lo hago yo en un plis plas. Te llamo luego para ver en qué ha quedado la cosa y, oye, lo dicho, que lo siento un huevo.
»¡Donato, machote, campeón, dónde está ese interruptor, coño! Si esto es muy fácil, hombre, mira y aprende para otra vez: pillas este cable y lo metes por aquí, aprietas el tornillo; luego haces lo mismo con este otro, aprietas y listo; ahora le damos al interruptor y… ¡Hostias, vaya fogonazo! No lo entiendo, si es muy sencillo, no hay que estudiar, solo son dos cables. ¡Joooder, el diferencial socarrado! Esto sí que tiene miga, chico, aquí no te queda otra que llamar al electricista ese que conoces. Ya lo siento, tú, uno quiere ayudar y ya ves, la acaba cagando. En fin, te dejo, tengo que acercarme al hospital a ver a Mariano, criatura. La otra tarde me dijo si podía ayudarle a arreglar un canalón de su tejado; nada, cosa fácil, solo era sujetarle la escalera, una de esas de mano, muy larga, mientras él le ponía un parche a la chapa. Chico, no me preguntes qué pasó: serían los calces, que estaban desgastados, el suelo con grasa, no sé, el caso es que se fue la escalera a cascarla y el pobre Mariano…, las dos piernas rotas, un brazo y tres costillas. Ingresado está, el muchacho, que no puede moverse de la cama. Voy a hacerle un ratico de compañía. Tenme al tanto de lo que te diga el electricista y, oye, lo siento mucho, de verdad.
»¡Mariano, Marianico, cómo está el hombre! Coño, Mariano, ni que hubieras visto un fantasma, ¿te sientes mal, quieres que llame a alguien? Anda, que te echo una mano con la almohada, lo mismo es eso, que estás en mala postura. ¡Pero, coño, Mariano, qué te pasa, por qué gritas de esa manera, se van a pensar que te estoy matando! ¡Nooo, señorita, nada, pobre de mí! Quería ayudarle con la almohada, para que estuviera más a gusto y se ha puesto a chillar como un loco, no lo entiendo. Sí, seguro, será mejor, ya vendré otro día. Que no, dices, Mariano, que no vuelva. Pues nada, hombre, lo que quieras. Será la medicación, porque otra cosa… En fin, me voy a acercar a la tienda de Evaristo, por si le hace falta algo, que a fin de mes siempre tiene jaleo.
»Noches de bohemia e ilusión, yo no me doy a la razón. ¿Cómo te olvidaste de eso? Lailo lailo lalilo lara lo, larariro lailoró lara lara lara lero…