Ay, señor, que se nos fue, el duque de los Zarcillos. Qué dice vuesa merced. Un hombre como un castillo. Pues sí, de una apoplejía. Dios mío, quién lo diría. A todos ha de tocar, cantarnos el gorigori, recuerde, memento mori, pues nadie se ha de librar. ¡Pero el duque en los infiernos, por mor de una apoplejía…! Atina, su señoría; dicen que otra cosa hubo que fue un ataque de cuernos. ¿Torero el duque? Lo dudo. Cuernos, señor, de berrea. ¿Pues de ciervos viene el viento? Tal van diciendo lo cuento: Que al duque lo fue a matar el toparse en el lagar a la señora duquesa, las sayas por la cabeza, boca arriba y pierniabierta, despalillando las uvas del marqués de Fontcuberta. Y, claro, le dio un telele. Sí, señor, ahí le duele. Todos hemos de morir, pero, ¡por una cornada! Jesús, menuda tontada. Si me permite decir. Qué razón tiene, don Pío. Ya le digo, amigo mío.
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Categoría: Poemario