«Purificación.
Te escribo esta nota para informarte de que pese a tu escasa confianza en mí —una constante desde que iniciamos nuestra relación—, por encima de todos los inconvenientes y haciendo un supremo esfuerzo mental, para superar mis propios miedos, tus comentarios irónicos y las burlas de tu madre, por fin, María Purificación, ¡lo he conseguido, coño! Han sido días muy duros, de soledad e incomprensión; noches en vela, estudiando la complejidad de las estructuras, la mecánica de los medios continuos, de bucear en el método de los estados límite; ¿sabías que para todas las magnitudes relevantes, debe cumplirse que Md – Mu ≥ 0? Claro que no, qué vas a saber con lo burra que eres.
La vida, me he dejado en el proyecto, mientras escuchaba a tu madre cargarte de reproches, por no haberle hecho ojitos a Federico, el boticario baboso que te tiraba los tejos: «Tres farmacias tiene ya. Como una reina estarías» —relinchaba la vieja bruja. Sangre en las uñas y en el alma, me ha costado, pero, por fin, ahí la tienes, majestuosa, desafiante, sólida como la catedral de Burgos. Mi obra, el producto de mi esfuerzo más doloroso, pero que me ha descubierto de lo que soy capaz. El mundo es mío. Ya nada ni nadie podrá interponerse entre mi destino y la gloria.
Por fin lo conseguí, está montada. Quédate con ella. puedes meterte la estantería Dåligmjölk por el culo. En ese armazón del demonio te dejo, literalmente, pedazos de mi carne, sangre y algún trozo de uña. Que os den a ti, a tu madre y a IKEA.
Me voy de mercenario a no sé qué país africano en guerra; un pastón, me pagan, y cuando acabe eso, ya tengo curro en una plataforma petrolífera en el mar del Norte. Tú, si quieres, hazle ojitos al pichacorta del boticario, así tu madre tendrá gratis el omeprazol.
¡Que te zurzan, Mari Puri!»