«Aquí estoy, de mirón. Desde luego, a mí no me pillan en otra; si lo llego a saber, de qué me presento voluntario. Como en la mili, Armando, que pareces gilipollas, los espontáneos a Las Ventas, ¡joder!
¡Hala, el bazo! ¿Pero adónde va este con el bazo? ¡Que no es ahí, coño! ¡Madre mía, qué despelote!
No, si la culpa es mía, por ir de tío guay, progre y cultureta: que si la contribución a los avances científicos por aquí, el sentimiento de solidaridad con el resto de la humanidad por allá, la grandeza de la comunión universal, por acullá…, todo memeces, al final llega media docena de esgarramantas y monta este chandrío. P’a matarlos.
¡Ahí va, pero qué hace esa! ¡A tomar p’ol saco la vesícula! ¡Venga, alegría, que no decaiga!
Yo pensaba que esto era otra cosa, más serio y controlado, con método, no sé si me entiendes, y alguien experimentado, conocedor, con galones, que supiera de qué va la cosa, a los mandos de la nave, y no este desbarajuste.
¡Cuida, cuida, para, eso no, coño! ¡Pero qué mal te hacían a ti, so cabestro, las gónadas ahí, que era su sitio! Sí, los conguitos, las almendras, los huevos, para que me entiendas, ¡zoquete!
Para que luego digan que el mundo académico es disciplinado, solvente y eficaz. Dentro de un par de años, estos asilvestrados estarán por ahí, en algún ambulatorio, recetando orfidal a los abuelos, haciéndole placas de contraste a los desgraciados que caigan en sus manos o, todavía peor, a filo de bisturí, desmochando mondongos por esos quirófanos de dios. ¡La madre que los parió! Y yo aquí, como un pasmarote, de miranda, sin poder remangarles unas buenas leches, para ver si les quitaba la tontería. Si llego a saberlo, ¡de qué!»
—¡Oído, peña, cuidado que viene Sarasola! Y trae cara de haber comido clavos para desayunar. Ya verás cuando se encuentre el cuadro que hemos montado.
—¡Qué cuadro ni qué gaitas! Estamos en clase de anatomía, es su cátedra y tenía que haber estado aquí hace una hora larga. Total, solo hemos empezado a desguazar a este, que ya ni siente ni padece, a nuestro aire. Tampoco es para tanto.
«¿Tampoco es para tanto, cabroncete engreído? Ahora ya no tiene remedio, he pagado la novatada; pero lo que es a mí, si va en serio eso de la reencarnación, en una próxima vida no me volvéis a pillar ni de coña, pandilla de chapuceros. Que os den. Y me voy de una puñetera vez hacia la luz, que aquí hace un frío del carajo».