—¡Uy, qué mal, tío!, el Atronkamazo sin receta no te lo puedo dar, colega —la muchacha rondaría la misma edad que Pancracio, era guapilla, aunque un pelín gótica, pero la bata blanca de auxiliar de farmacia hacía que pareciera menos agresiva la quincalla de piercings, anillos y perifollos, que lucía a simple vista.
—Sí, ya lo sé, pero es que voy de culo con las oposiciones, no me he dado ni cuenta de que se me terminaban y mi psiquiatra está de puente —se excusó el chico—, a ver cómo hago yo ahora, cinco días sin tratamiento.
—Ya, pero hazte cargo, me la juego, tío —se justificó ella—. ¿Qué estás preparando?
—Notarías —respondió Pancracio con gesto cansado.
—¡Joder vaya muermo! Tiene que ser un peñazo, ¿no?
—O sea, como llevar un cardo borriquero en los huevos, te lo juro. A ver, que lo mío son las artes escénicas; sin embargo, mi padre está obsesionado con que el apellido no se caiga de la nómina del Ilustre Colegio de La Rioja y no hay quien lo baje del burro. No te haces idea qué cruz, es para vivirlo. Por cierto, me llamo Antonio —mintió porque aún no había superado lo de Pancracio, estaba con el mono pastillero y le molaba la chica, tenía su punto.
—Yo Mónica, Pretty Moon, para los amigos —correspondió ella sin apartar la vista de la fibra musculosa, que se adivinaba bajo el ajustado Ralph Lauren color pistacho que lucía el mancebo—. ¿Haces pesas?
—Un poco, de alguna forma hay que rebajar el estrés, aunque preferiría echar un polvo, dicho esto sin mala intención —se apresuró a dejar claro.
—No hay color, compañero, y se suda tanto o más. Seguro que hay algún japonés que ha hecho su tesis doctoral sobre el tema.
—Ya te digo. En los pocos ratos que deja el estudio, uno quiere aliviar tensiones, relajarse y tener algo de roneo con la novia, que es muy sano.
—¿Tienes novia? —intentó ella que la pregunta pareciera de simple cortesía, pese a que su lenguaje corporal manifestaba un ligero desencanto.
—Bueno, puede decirse que sí, oficialmente, al menos, pero a Lourditas, lo de guardar la flor para después de la boda, se lo grabaron a fuego las monjas en el internado y si le sugiero sucedáneos, se le agudiza el síndrome del túnel carpiano de la mano derecha y, como según ella, con la izquierda no se vale, lo más excitante que me espera es misa en las clarisas al mediodía y chocolate con picatostes y parchís por la tarde.
—Vaya chungo, ¿no? —se solidarizó Pretty Moon—, no me extraña que estés en tratamiento. Pero la solución no es el Atronkamazo, hazme caso, no funciona, es un camelo y tiene mogollón de efectos secundarios: migrañas, inflamación de pies, disfunción eréctil…
—Lo del dolor de cabeza, ahora que lo dices…, pero lo otro, como una piedra, tía, te lo juro —le salió a Pancracio el machirulo atávico.
Mónica no pudo reprimir la carcajada, el chaval, además de estar buenorro era gracioso y olía a Dior. Le estaba cayendo bien.
—¿Y tú, cómo sabes que te funciona el tiovivo —bromeó traviesa—, si tu novia no te deja dar ni una vuelta?
—Porque a mí el túnel carpiano me va como una moto —aceptó el aspirante a notario la provocación— y lo del amor propio lo llevo practicando desde los catorce.
Los dos rieron con ganas la ocurrencia. Luego vino un silencio compartido. Mónica miró su reloj. Pasaban unos minutos de la hora de cierre.
—Las pastillas no puedo dártelas, pero hay alternativas que no necesitan receta —dijo mientras hacía bajar la persiana con el mando a distancia. Sacó del bolsillo un par de canutos, que bailaron entre sus dedos, y desabrochándose unos pocos botones de la bata, para dejar a la vista el tatuaje de una mariposa que sobrevolaba su escote, subrayó la bondad de la propuesta—, medicina ayurvédica, cosa fina, hazme caso.
—Tía, que yo sólo fumo en las bodas y mentolado, que es el que le gusta a mi madre.
—¡¿Pero de dónde sales tú, de la factoría Disney?!
—No, de Loyola, Jesuitas, Sagrado Corazón, promoción de 2015.
—¡Coño, un casi cura! Esto me va a subir mogollón el caché, habrá que colgarlo en Instagram.
Y los dos, sin el freno que impone el rigor burocrático de la prescripción facultativa, se perdieron golosos, verriondos y con prisas, en la cómplice umbría de la rebotica, mientras en alguna gramola de la vecindad, Pata Negra ponía banda sonora a la película:
«Todo lo que me gusta es ilegal, es inmoral o engorda»