Antes tenía que ocuparme de siete u ocho cada día, de todos los pesos, tamaños y colores; un suplicio. Y a mano, puro huevo, que te dejabas los riñones, tanto si tenías que subirlos a las filas de arriba, como si andabas con ellos a rastras por las de abajo; así llevábamos todos la espalda, como la firma de un notario.