«Las tres erres: Recolocarse. Reposicionarse. Readadptarse». Oye, como un mantra, no repite otra cosa, el jodido gaucho este. Mendicutti, lo llaman, Leonel Mendicutti. ¿Qué carajo pasa con los argentinos?, antes exportaban carne y ahora solo hacen que mandarnos loqueros.
«Tenés que reubicar tu personalidad, sos un hombre nuevo, focalizá las tres erres».
Está en un bucle, erre que erre —coño ya se me ha pegado la muletilla—; vuelta la burra al trigo, no lo sacas de ahí: Recolocarse. Reposicionarse. Readaptarse. Como si fuera un padrenuestro.
Sin embargo, la culpa es mía, por darle bola; con estos porteños no se puede bajar la guardia, les das los buenos días y te meten una charla sobre las connotaciones filosóficas del concepto «amanecer». Menuda labia se gastan.
Concha de tu madre, Mendicutti, deja ya de darme la vara, trucho, que no terminaste la carrera y solo eres ayudante de farmacia, boludo.
Pero mirad cómo son las cosas y la forma que tiene la mente de enredar con los conceptos: «Erre que erre» y «concha de tu madre». No, no me estoy poniendo freudiano, caramba, que a todo le sacáis punta y hay un porqué a lo que estoy diciendo. ¿Sabéis de qué manera entroncan esas dos expresiones?, listos, que sois unos listos. Va, os lo cuento:
RAE, segunda acepción de «Erre»: Quizá acor. del aráb. hisp. ḥírr úmmak «la vulva de tu madre», interjección de los arrieros moriscos.
Qué, cómo os habéis quedado. Da que pensar. En el siglo XVI te saltabas un ceda el paso y, si el otro arriero era morisco, te mandaba a ḥírr úmmak, lo mismo que ocurre hoy en el cruce de Godoy Cruz con Berufi, allá, por Palermo, solo que medio traducido al lunfardo y con escape en el fuelle del bandoneón al pronunciar el «cha» de «concha». Igual que los vencejos, la capacidad migratoria de las palabras es inagotable y cruza océanos sin despeinarse.
Recolocarse. Reposicionarse. Readaptarse. Las tres «erres». Jodido aprendiz de boticario, con la tontería me estás comiendo el tarro.
No se trata de que me coloque así o asá, en posición decúbito supino o prono, ni de adaptarme a una nueva visión de la almohada, reverendo pelotudo. Todavía no entré en el armario y, aunque tal vez me perdí algo bueno, pasados los sesenta los experimentos es mejor hacerlos con gaseosa. Te pedí lidocaína en gel por lo del herpes en la espalda, bujarrón, nada que ver con el orto. Vos sí que sos piantaó, Mendicutti. Necesitás un loquero que ilumine las áreas oscuras de tu psique y te la desbroce hasta que alcances una realización plena. Dios que sobrada me acabo de pegar, lo de este tío es contagioso.
Resumiendo, que además del gel, me pones una caja de paracetamol 100 mg, omeprazol, y sildenafilo, que esta noche toca baile de salón en el hogar del jubilado y necesito reforzar mi psique. Capaz que te salí junguiano, Mendicutti, ¿viste?